Comencé a tocar la guitarra a los diez años, con la emoción de poder cantar mis canciones favoritas de Radio Futura, Mecano, Bob Dylan, Dire Straits… En aquella época la música era simplemente música y yo no entendía de géneros ni nada de eso, una idea que me esfuerzo en mantener, alejado de los prejuicios.

Como algunas de aquellas canciones no conseguía que me sonaran como a mis ídolos, empecé a componer las mías propias para evitar comparaciones. Por aquel entonces vivía en Cáceres y, junto con Juan Alcón –un compañero del colegio– hicimos un grupo y grabamos nuestra primera maqueta en una Tascam de cuatro pistas. Para nosotros era como grabar en Abbey Road.
Después me trasladé a vivir a Madrid definitivamente y me esforzaba en buscar amigos que también quisieran tocar para formar grupos. Como la mayoría tenían guitarra pero nadie bajo, pues me puse a tocar el bajo en distintas formaciones. Pero, a pesar de ello, seguí escribiendo mis propias canciones con la guitarra.
En la universidad encontré otra pasión: la literatura y, especialmente, la poesía. Así que empecé a escuchar a cantantes que prestaban mucha atención a las letras, tanto en español como en inglés: Bob Dylan, Leonard Cohen, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez… Ahí encontré un gran camino de fusión entre la palabra y la música; camino en el que sigo a día de hoy.
Tras estudiar armonía y composición me adentré en el mundo instrumental y la música de cine, conociendo el proceso narrativo de la música. Como escribió la poetisa Muriel Rukeyser «el universo está hecho de historias, no de átomos». Mis canciones persiguen mundos, historias y fábulas que surgen de la imaginación que produce la vida real y cotidiana. Creo en la imaginación, la palabra y la música como elementos transformadores de la realidad.
